He pedido peras al olmo. Las saboreo. Son deliciosas (IG)

miércoles, julio 5

A la estación el subte llega repleto. Digo: por qué no llegué con tiempo para dejar pasar uno, el segundo nunca viene igual. Subida quedo mirando a la puerta, alguien me toca el hombro de atrás. Es M, me alegra encontrarlo y él parece también contento
—Te reís —dice.
—Es que corrí para alcanzar este vagón
Hace mucho que no nos vemos. M es diseñador gráfico, unos diez años mayor que yo, lo primero que noto cuando lo veo es que yo también debo parecer más grande que la última vez que nos vimos. Aunque su pelo es oscuro, su piel es muy blanca, de esa que envejece más rápido
—¿Vas al microcentro?
—Sí, ¿vos?
—También.
—Me quema pero hay que vivir.
—Sí, yo también estoy trabajando fuera de mi casa por primera vez en muchos años... estoy diseñando una revista china. Toda con letras así, es medio lo mismo porque castellano tampoco entendía tanto...
—Qué bueno, podés hacerlo sin cazar una.
—Ya aprendí algunas cosas, los chirimbolitos vienen de a tres, y si agrandás uno más que otro no se puede, tienen que quedar siempre iguales.
Una vez, hace tiempo en una conversación telefónica en lugar de "chau", me dijo "te amo". No creo que ninguno de los dos vaya a olvidarlo.
—¿Cómo conseguiste ese trabajo?
—Fui a hacer un reemplazo y les gusté más que el que estaba antes.
—Poco a poco te fueron tomando el alma.
—Y tuve que aceptar. Pero bien, salvo el problema con la mafia china.
—¿Qué?
—Sí, había una nota sobre discriminación. En contra, claro, pero yo hice una ilustración con una cara de un chino, le puse arriba un signo de prohibido, le hice como unas rayas, nada, quedaba lindo.
—¿Y?
—Vinieron unos chinos cuchilleros, como del Chaco de la China, todo muy precario, parece que aparecieron en la oficina de mi jefe diciendo que querían la cabeza del diseñador y del director de la revista, literal pidiendo la cabeza.
—Mierda, ¿y qué pasó?
—Al otro día se reunieron mi jefe, su hijo, el jefe del Feng Shui en la argentina y dieciséis mafiosos chinos para tratar de explicar que no se intentó hacer ninguna ofensa. Estuvieron reunidos toda la tarde pero no hubo caso. Nosotros esperábamos en la oficina y cuando terminó la reunión nos avisaron que había que mudarse. Fue un viernes y el lunes habían conseguido otro lugar, pusieron un escritorio y la misma computadora que antes
—Dios, ¿estás bien? ¿te hicieron algo?
—Y, no, mi nombre sale en los créditos pero nadie me conoce la cara. Todo bien, sigo laburando en el nuevo lugar.
—Me bajo en la próxima, ¿vos también?
—No, yo en la otra. Nos vemos.