En la cartera, el kit-desesperación: antibiótico y dos encendedores. La primera anestesia fue un destello, un dolor hasta la madre.
Al tercer día llegan los poemas de la autocompasión, desbarrancan que mejor no saber.
Hoy: dolor grado mil. Zona adormecida, entumecida.
Después de la segunda anestesia fue un latido en el párpado, miedo a caerme de la silla, olor a quemado que ya lo dije y pedazos de diente salpicados sobre la lengua y el paladar.
Hoy, dolor grado mil. La fábrica me espera con sus olores y luces artificiales. Ruido a lavarropas: pasos-teclados-voces-impresoras. Rítmico pero desordenado. Omnipresente en sus cuatro paredes.
El rojo del semáforo todo el día como si nada. Cada ocho horas anestesia física. Dos veces por día, de la otra.
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