"Cuando no actuaba, B. eligió llamarse Sandra. Después de cada función corría a su casa a atender los llamados. Había que ganar plata de algún modo. Ponía avisos en el rubro de acompañantes. Sandra era una vikinga del deseo, bárbara como un mongol, muerta de risa por el insólito destino que la había traído a Buenos Aires, esta ciudad con los hombres más deliciosos del mundo. Ser prostituta, para ella, era, según decía: Unir lo útil con lo agradable."
(F.N.)
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