He pedido peras al olmo. Las saboreo. Son deliciosas (IG)

martes, diciembre 13

El mismo reloj que puede ser muy apropiado para consultar la hora durante el Grand Prix de Mónaco resulta por lo menos ofensivo en la muñeca de una mujer que cruza Leandro N. Alem, a tres cuadras de Retiro.

La señora de la casa me entrega las sobras de su fiesta de anoche, una caja de bombones que no llegó a abrir de tanto que comieron y me dice: el día que vayas a renunciar no me avises. No podría aunque quisiera y se lo digo. (Böll relata una muy ilustrativa situación a este respecto. Dice que con menos de quinientos o más de tres mil se vive sin desear más, pero "entre quinientos y tres mil todo es miseria". Yo estoy en esa franja.)

Después, cuatro cuadras por Florida. En la primera esquina un chico vestido de Papá Noel me da un volante. Lleva un enterito de jersey amarillo, un gorro y una barba blanca, pero parece que el presupuesto para disfraces era acotado este año porque luce unas zapatillas que evidentemente le pertenecen y no son parte del vestuario, de un color gastado entre marrón y gris. En el volante hay otro Papá Noel vestido de amarillo. Parece un jubilado que algunos días llega a hacer las tres comidas diarias. El volante explica lo curioso del color de la vestimenta "para nosotros rojo es deuda", dice de un lado y del otro insta a los peatones a pagar en término la cuota de rentas de la Provincia de Buenos Aires. O los que están en rojo son ellos o necesitan un asesor de imagen.

En la segunda esquina dos chicas de Ramos Mejía o a lo sumo de Almagro promocionan un perfume vestidas como la modelo del afiche (del perfume que promocionan, se entiende). Con sombrero y tacos y excesivo maquillaje. Como si yo me disfrazara de Liv Tayler o Juliette Binoche. Y ni siquiera parecen tan necesitadas de trabajar de lo que sea, como los papás noeles. Me dan otro volante cuando paso cerca de ellas.

En la tercera cuadra los que promocionan hoteles y prostíbulos evitan a las mujeres y apuntan especialmente a turistas y hombres de traje.

Y antes de llegar a Córdoba una serie de carteles con fotos de chicos y jóvenes y cartas y una bandera que dice Cromañón. No voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar. Miro. Chicos que casi siempre sonríen con cara de viaje de egresados. Si a mí no me pasó nada, quisiera saber por qué me duele todo el cuerpo cuando miro. Recibo el último volante de la saga. Dice: La peor masacre POR CAUSAS EVITABLES.

Antes de subir al colectivo me doy cuenta, no es que no lo supiera pero vuelvo a verlo. La negligencia es la manifestación más diabólica de la inercia y su peligrosidad reside en que sólo llegamos a percibirla cuando es, siempre, tarde. El Diablo viste con mucho más glamour en los buenos libros que en la calle.