He pedido peras al olmo. Las saboreo. Son deliciosas (IG)

martes, diciembre 6

Cansancio y trabajo por delante pero el cuento del Diablo de Harte se me quedó como pegado, como una canción involuntaria persistente de la radio o de cualquier parte.

El Diablo aterriza sobre el techo de la iglesia, saca su caña y deja bajar el anzuelo hasta la marea humana que avanza por la calle. Todos pasan cerca pero no tocan el cebo. "El puritanismo debe estar muy extendido", piensa él. Pasa el tiempo y nadie pica pero el Diablo es paciente. Algunos hasta mordisquean el cebo pero no tragan el anzuelo.

Y cuando por fin saca un corredor de comercio muy gordo y boqueante, vuelve a guardar la mosca en la caja, el tipo gime y se queja, dice que no lamenta haber caído, sino que haya sido por tan poco. ?A todos les pasa lo mismo?, contesta el Diablo. El corredor le ofrece al Diablo un trato singular. Modernizará su método, será su socio. Si logra superar su técnica obtendrá la libertad. Y el Diablo tendrá para sí el botín. Aceptan apretándose las manos. Mefisto baja a la avenida y se pierde entre la gente, le deja al corredor la línea y los cebos. El viajante saca a una docena de personas en media hora.

(Si no quieren saber cómo se arruina una historia perfecta con un final moralizante, salteen la siguiente oración. El corredor pesca al Diablo, fin.)


El verdadero final era: El corredor saca a casi todos en la ciudad, empezando por sus amigos y sólo se salvan algunos niños. Luego sigue su camino hacia la población más cercana. El Diablo sabe que su labor está cumplida y comienza una vida licenciosa, despreocupado de toda prisa u obligación y nunca vuelve.