He pedido peras al olmo. Las saboreo. Son deliciosas (IG)

viernes, noviembre 11

Las mentiras que ocurren en lo que llamamos el mundo real son apenas una burda e incompleta reproducción de nuestras mentiras personales, y sin embargo, las revelan.

Las mentiras pueden clasificarse binariamente en miedos y deseos. Decimos lo que tememos que sea cierto y lo que quisiéramos que fuera verdad.

Las mentiras pesan y pican y mejor dejarlas atrás después de verles la cara.

Hay algo indiscernible respecto de la naturaleza de lo inesperado en las mentiras. Por qué lo dije, por qué no lo dije. La naturaleza, sí, pero: ¿existe la artificialidad de lo inesperado?

En el orden del registro de la realidad me encuentro siguiendo el juicio político del día como si fuera el partido de fútbol. Mi papá odiaba a ese hombre, hubiera disfrutado sin duda asistir a su caída. Es curioso que él no pueda disfrutarlo ahora. Está muerto y los muertos no están, como también los chicos de la bengala están muertos ¿no? Y es llamativo que retrospectivamente nadie acepte: a mí me gustaban las bengalas.

A mí me gustaban.

El humo de colores y las chispas y esa luz brillando tan fuerte y también el fuego.

¿Dónde se guarda el miedo al deseo? ¿el miedo es mentira? ¿las mentiras son inflamables? ¿la muerte por asfixia es más injusta que el cáncer? ¿puede ser justa la muerte? ¿estaría más tranquila si apareciera el culpable? ¿no podría por lo menos creer que exista un culpable?

Una bengala es el miedo a la luz y el deseo del fuego. Y el miedo del fuego es el deseo de la luz.