He pedido peras al olmo. Las saboreo. Son deliciosas (IG)

miércoles, septiembre 21

El 21 de septiembre de 1993 yo tenía quince años y llovió desde la mañana hasta la noche.

Los pic-nics, como era de esperarse, fueron suspendidos y quedé en encontrarme con un chico, para tomar algo a la tarde. Era un compañero de colegio y —aunque teníamos nuestros respectivos noviazgos fuera de la escuela—, dos o tres veces por semana nos quedábamos sentados en algún escaloncito de la calle y nos dábamos besos.

Nos citamos en una esquina, a las cinco. Él llegó cinco y cuarto y consideró que con semejante chaparrón yo no lo había esperado. A las cinco y media se fue, yo llegué a las seis menos veinte. De todo esto nos enteramos cuando hablamos por teléfono más tarde, cada uno desde su casa, porque cuando yo tenía quince años los chicos de esa edad ni soñaban con tener celular. Le dije: "todavía es temprano, mis viejos vuelven a casa a eso de las ocho, ¿no querés venir?"

En los años que siguieron he recibido propuestas de lo más variadas y, sin contar las meramente ofensivas, algunas que podría calificar de osadas, pero nunca tanto como lo que él dijo esa tarde mientras me sostenía por la cintura
—hoy, sin besos en la boca.