Mi abuelo era una persona especial.
Es fácil que yo lo diga, pero quiero decir, incluso para quienes no fueron sus nietos lo era.
Sus ocho hermanos varones fueron mecánicos y él, aviador. Persona de carácter, con objetivos claros y hombre de pocas palabras, como está en el cielo hace ya mucho, es mi abuela quien me cuenta sus historias.
La de ayer merece cruzar la frontera del la mesa familiar.
Parece que antes de casarse con mi abuela según le contó él a ella, solía concurrir a una fiesta que tradicionalmente se hacía una vez por año en El Dorado, Misiones. Resulta que en un momento dado, las llaves de las casas de todos los convidados se ponían en una bolsa, se mezclaban, y cada uno sacaba una. Y cada uno esperaba que no fuera la propia porque la llave obtenida daba derecho a ir a la casa que se abriera con ella Y TAMBIÉN A CONCLUIR LA NOCHE CON LA DUEÑA DE LA CASA.
TODO ESTO EN LA DÉCADA DEL CUARENTA.
¿me quieren decir, por dios, a qué carajo llamamos progreso?
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